Canchaque, la Suiza piurana

Tierra privilegiada por la naturaleza
Hace muy poco, mis compañeras de promoción y yo realizamos  un viaje de estudios a Canchaque, lugar ubicado en la sierra piurana, conocido por ser considerado la capital turística de la región. El gran día llegó, 27 de junio. Eran las 6.30, aproximadamente, salimos rumbo a uno de los lugares más hermosos que he visto en mi vida. 

Al inicio, la ruta era por la carretera que lleva a Morropón. Me distraje un minuto y ya nos habíamos desviado por unos caminos que no conocía. Instantáneamente, fijé mis ojos en la ventana para no perderme el paisaje. Luego de un buen tramo, la carretera se volvió muy angosta y en realidad me mareaba mucho. Así que si eres propenso a mareos, abstente de mirar por la ventana. 

Llegamos después de 3 horas, en seguida entendí aquel vals que cantaba mi papá acompañado por su fiel guitarra. Al fin comprendí la letra del Rosal Viviente. “Es el jardín soñado que entre cafetales ofrece la paz, es Canchaque hermosos, romántico cielo donde nace el sol”. Sí, quedé encantada y enamorada del lugar.

Canchaque estaba escondido entre la vegetación exuberante y los cerros que son como guardianes celosos del majestuoso paraíso escondido. Junto a todo el grupo empezamos a investigar el lugar. La plaza estaba en el centro y en alto, teníamos que subir unos peldaños para llegar allí. No nos quedamos mucho tiempo en el lugar pues aún habían muchos lugares que prometían asombrarnos. 

Emprendimos la caminata a los peroles de Mishahuaca y pasamos por Palambla. Allí, las personas, acogedoras y amables, nos ofrecían asiento para descansar. En ese lugar vendían manjar blanco, el más rico que he probado en mi vida. 

Con la promesa de hablar maravillas del manjar blanco de Palambla, seguimos con nuestras mochilas y bolsos a cuesta hasta los peroles de Mishahuaca. Por poco desfallezco allí mismo. Subir hasta allá era lo más agotador que he hecho en mi vida. Pero valía la pena y el esfuerzo. Llegamos a un hermoso campo abierto, si fuera una gimnasta o aficionada me habría puesto a hacer volteretas ahí mismo, pero como no lo soy, me dediqué a contemplar todo con suprema admiración. El tiempo se detuvo y respiré el aire más puro que mis pulmones habían respirado jamás.

Tomamos un pequeño refrigerio y luego continuamos la caminata. Durante el camino le tomamos fotos a todo, claro, sin olvidarnos de las mariposas que revoloteaban alegres a nuestro alrededor. Nos separaron en dos grupos, porque el camino era muy angosto y sería peligroso ir todas juntas. Esperamos ansiosas mientras charlábamos y comentábamos las fotos que habíamos tomado, entre el paisaje y la compañía de grandes amigas. Esa fue la foto más linda que registró mi memoria.

El primer grupo regresó y nos preparamos para subir. Una entrada de madera nos daba la bienvenida. Caminamos con mucho cuidado para evitar caídas. Mientras caminábamos no podíamos dejar de impresionarnos por la belleza del lugar. Nos quedamos mudas, ante nosotras se alzaba uno de los paisajes más majestuosos de Piura. 

Para llegar a los peroles se necesita cruzar un sinuoso camino resbaladizo cogiéndonos de un barandal. Superado el miedo inicial que provocaba la cercanía al agua y a una caída. Todo era emocionante, además haríamos cualquier cosa por llegar a lo alto, donde nace la catarata. Todas queríamos sumergir nuestras piernas en el agua fría que, como nos decían, tiene propiedades curativas. 

Don José, el carismático guía que nos acompañaba, nos explicaba todo acerca del cerro Mishahuaca y Campana, cómo descubrieron el lugar y muchos datos curiosos que nos ayudarán después. Regresamos al mismo campo despejado para tomar un descanso, mientras almorzábamos, rodeadas de la  tranquilidad del lugar.

Bajar de nuevo al pueblo era otro tema. Las continuas depresiones del camino, con inclinaciones imposibles y senderos sinuosos jugaban en contra de nuestro estómago y el mareo propio de estar en altura. Un vez en el pueblo esperamos, un corto tiempo, por los autos que nos llevarían a otro lugar encantado, el Cerro Mirador, Huayanay.

El cerro parecía el lugar perfecto para esconder una instalación súper secreta del gobierno donde se estudiaban alienígenas. En ese instante, dejamos atrás el dolor de cabeza, los mareos y el agarrotamiento de piernas. Valía la pena el esfuerzo. Dejamos las mochilas, tomamos los bolsos con lo indispensable y una botella de agua. Mis amigas me esperaban al pie de las escaleras, nuestras dudas se habían disipado. Queríamos subir. Cada cierto tramo veíamos a muchas chicas sentarse y dejar de luchar por subir. Las escaleras parecían ser interminables, todas fijamos la vista en las engañosas escaleras, de vez en cuando, mirabamos el paisaje, y eso era el impulso para seguir hasta la cima. 

Nos quedamos sin palabras. Raro algo raro en nosotras ya que somos unas parlanchinas. Se veían 360º de vegetación. Todo se veía verde. Era algo increíble. Parecía un lugar de dioses. Los pueblos aledaños se veían como maquetas. Todas pequeñitas y frágiles. Si antes nos sentíamos como en una película de ciencia ficción, ahora nos sentíamos en una fantasía. En las miradas de las personas que nos rodeaban, pudimos observar el mismo sentimiento de ser las más privilegiados en ese momento.

Visitamos la capilla de la Cruz “El Rancho”, decorada con pintorescas cadenas de papelillo y algunas ofrendas hechas por los lugareños. No pudimos evitar sentir la tranquilidad que provocaba el lugar. Sorpresivamente, el descenso se hizo más fácil y, con una gran sonrisa, le contamos nuestra experiencia a quienes no pudieron subir. 

Luego de media hora de espera, nos llevaron de nuevo a la Plaza, donde al fin pudimos comprar café, queso y un licor de café, que mis padres agradecieron. 

Subimos a los buses que nos llevarían al Instituto Superior Tecnológico de Canchaque. Disfrutamos de una charla amena, donde nos enseñaron muchos lugares turísticos que no habíamos podido visitar. 

Bajamos al patio del Instituto donde nos invitaron a jugar un partido de vóley. Nuestras chicas no pudieron contra el equipo del instituto, pero fue muy divertido y gratificante ver las sonrisas de todos y compartir un momento de confraternidad mientras cenábamos estofado de carne y tortillas con queso fresco, acompañados de un delicioso café. 

El momento de regresar llegó. El frío clima nos dio la despedida. Agotadas por las caminatas y las intensas emociones subimos al ómnibus. Durante el camino de regreso, las risas por las fotos y las anécdotas se hacían oír. Poco a poco, el bullicio terminó y nos quedamos dormidas. Ni siquiera el café más potente del mundo nos podría rescatar de los brazos de Morfeo, luego de este agotador y lindo día.

Grazia Hernández Távara

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